«Y luché contra el mar toda la noche, desde Homero hasta Joseph Conrad, para llegar a tu rostro desierto y en su arena leer que nada espere, que no espere misterio, que no espere.» Gilberto Owen

lunes, abril 28, 2008

Textos sobre Contraverano, de Mijail Lamas

COSME ÁLVAREZ

En los siguientes enlaces pueden leerse comentarios sobre el libro Contraverano, del poeta Mijail Lamas.



Mijail Lamas es, en mi opinión, uno de los poetas jóvenes de Sinaloa que, más allá de prometer una obra futura, comienza a dibujar un presente promisorio en ese vago retrato de familia que es la poesía mexicana.

Foto: Francisco Segura

lunes, abril 21, 2008

Consideraciones en minúscula


MOISÉS VEGA



I
en la higuera del aire
la noche elástica
dice lince ostra
nombra dogmas es eléctrica.

vaiven que zumba
es la noche, liturgia
que escribe el grillo
y tímpano del náufrago.

tierra adentro la noche
el mundo pierde cuerpo
y se hace harapo
y soliloquio.

Es decir vértigo
ración de lumbre
que pende entre el hombre y las cosas.


II
no el tiempo, gesto sacro
del eco, losa cárdena
que nos ciñe y cohabita

no el tiempo, noche blanda
de los cisnes, el sismo
que es relámpago y naipe
no el tiempo noche ignota
sino el revés del tiempo
que nos ciñe y comulga
y es lengua de bengala
huerto terracota.

martes, abril 15, 2008

15 poemas de Contraverano


MIJAIL LAMAS

Negándote a volver,
te llegan los recuerdos como de un pozo ciego
y ese sol es una moneda de cobre que no brilla.
En silencio pules su agudo margen
hasta que el recuerdo del paisaje te embiste.
Sabes que el sol no apacentaba su jauría,
así que te repites que allá siempre es verano
y esas palabras son las que te traen de vuelta.
Ahora cuentas sin pensar
las voces de los que habitaron en la casa
y te hacen falta cuatro para completar la cifra.
Eso podría detenerte pero no lo hace
porque sabes que en la familia la muerte era inédita.
Así que continúas
prometiéndote no hacer un día de campo con todos tus recuerdos.
Crees que en la resignación encontrarás descanso,
pero es mentira.
Esa moneda es paga injusta,
porque la luz de la que huyes es dardo que se encaja
en la placentera sensación de no pensar.
La desaparición de aquellos que no resucitan
te obliga estar atento.
Las veladoras que enciende tu incomprensión
no alcanzan a iluminar la santidad y la indolencia,
mucho menos borrar el rostro de aquel cristo en el altar de tu infancia.
Los semblantes que te llegan sin aviso
son un fuego vertical que corta la costumbre de soñar sin sobresaltos
y las manos son quimeras de papel que con su filo
parten el sueño en fragmentos que se mezclan
con los de hace diez años y los de esta mañana.

Finalmente estás solo sin saber
cómo de pronto
vuelves.


* * *

No quisiste quedarte.
No quisiste aprender cómo quedarte.
Quedarte resignado a beber toda la luz que nunca muere.
De tal modo que el recuerdo te soborna,
te hace dudar hasta llevar tus manos a tocar lo que no tienes.
Para tocarlo primero hay que saber decirlo, decirlo muchas veces.
Mucho tiempo has pensado destejer, una tras otra,
las tramas que se te van enredando entre los dedos.
Mucho tiempo quisiste enumerar cada partícula de polvo, cada capa de tristeza,
enumerar también cada puñetazo de la frustración,
cada truco para engañar el mediodía que te cortaba en sombra la figura.
Pero no puedes y te llevas una mano a la cabeza
y descubres que en ese recuento
hay una imagen que tienes de ti mismo y te es extraña
que sólo en sus contornos y a lo lejos, apenas en su sombra,
podrías reconocer.
Hay algo que ahora te detiene.
Has dicho demasiado y te has metido en un problema.
El añejo dolor que te conserva despierto y a la sombra
guarda para ti un sentimiento de revancha.
No puedes avanzar lo que quisieras,
el desierto que pretendes recordar se vuelve más extenso.


* * *

Lo que antes fue desierto aún persiste
y en unas cuantas líneas crees recuperar todo de nuevo,
recuperar aquel paisaje donde el verano cumplía su destrucción inapelable.
Pero hay algo diferente,
las calles que recuerdas tienen zanjas más hondas,
las paredes de las casas tienen grietas como relámpagos de piedra.
Crees que puedes volver a llenarte de polvo los bolsillos,
crees que puedes patear lejos de aquí remordimiento, rabia y rencor
como si de cosa pequeña se tratara.
Crees que puedes volver y una sensación de sequía en tu garganta te sorprende.
Te sorprende también aquella disposición al cariño que justificaba cada golpe,
aquella sensación de no sentirte solo sin creer que dios te vigilaba.
Y pronuncias en voz baja
una blasfemia que solamente a ti te reconforta.
¿O es qué todo lo que has dicho no deja de ser una conjetura
o una ávida reconstrucción de los hechos
o una manera de legitimar una mentira,
porque eres otra presa del olvido
y herido por el sol en el costado,
se han calcinado todos tus recuerdos?
No hay nada,
te cuesta trabajo creer que no hay nada.
Regresas para buscar en ti algo que permanezca
y compruebas que lo único palpable que posees,
ahora que ya es tarde y tienes sueño,
es el cuerpo de una mujer que no puede dormir
y te espera en otro cuarto.
Dejas la pluma que habías tomado para escribir eso que no alcanzas a fijar,
apagas en silencio cada una de la luces de la casa
y el desasosiego no se extingue por completo.

Quisieras continuar pero ya es tarde.


* * *

En soledad he aprendido a lidiar con la ceniza que han dejado los veranos.
De noche he aprendido a no dejar que mis palabras se consuman por el fuego.

Por este oficio de sombra
puedo soportar esta ciudad que llevo a cuestas.


* * *

Rodeado de la luz por todas partes,
me iba huyendo del sol hasta encontrar
un lugar donde me ofrecían de mal modo y por un mismo precio,
una mesa donde escribir, una taza de café,
una burbuja de aire acondicionado.
Frente a mí ponía los papeles y me quedaba esperando
a que la obscura poción de tener los ojos abiertos
cantara para mí su pujanza.
Afuera el verano dejaba correr libre su corazón de rojo carnicero
y la luz marchitaba cuerpos que antes fueron exquisitos,
que antes fueron necesarios.
Cada palabra del poema me era reclamada,
pero sólo acudía a mí los voz de mis amigos
con su apresurada letanía.

Ahora, en una ciudad templada de distancia y nubes,
en otro establecimiento donde el servicio es bueno,
yo no conozco a nadie,
y algunas de aquellas palabras
me llegan mezcladas con las que aquí me encuentro
mientras muy lentamente
revuelvo mi café.


* * *

Que el sol y su recuerdo no te tuerzan los labios,
su amargo madurar escupe aquí.
Deja que su aguijón cante para los otros
la luz de su ponzoña.


* * *

No hay nada como estar lejos,
caminar las calles donde nadie te conoce.
Es bueno no causar ninguna impresión,
a lo mucho verán en ti,
cuando vienes a sentarte en la mesa de un café
a otro más que pierde el tiempo.
Aquí todos se ocupan de sus cosas,
así que no existes para nadie.

Y cuando crees encontrar reposo en el anonimato
hace falta que un rayo de luz toque tu vaso de agua para que estés alerta.
Hay una marca en esa luz que te recuerda de dónde vienes,
una señal que te advierte no olvidar que te persiguen
y que el verano ha de recorrer una a una las ciudades
para encontrarte.

Sabes que para ti ya no hay descanso,
que la condena es esa luz que todo lo somete,
que ha convertido tu cuerpo y tu memoria en una herida,
en una profunda quemadura.


* * *

Vienes a tomar posesión del desencanto,
a estrujar hierbas marchitas,
en esa tierra que se desmorona entre tus manos.
Vas quebrando los vidrios de tu desesperanza
pero en su lugar levantan muros.

Has venido a pelear una guerra perdida
en una tierra desolada no hace mucho.

Has querido recuperar anhelos que el sol ha consumido,
cuartos que guardaban para ti la oscuridad
o aquella sorda luz de los altares.

La áspera desolación de los caminos
es la forma en que tu alma se dirige al encuentro de su ruina.
Todo lo que buscas está lleno del polvo
que cubre la verdadera imagen que tienes de las cosas.

Te aferras a reconstruir un paisaje
y ese oficio que te aparta de la luz,
esa arquitectura del desastre,
es otra manera de mantenerte a flote.


* * *

A Mario Lamas, mi padre

Que no te asuste, hijo, el infierno
más de lo que te pueda asustar esta carretera que arde,
este camino que incendia su horizonte,
esta vegetación que nos sepulta,
este sopor que nos asfixia.
La mano ciega que ha errado casi todo,
es la mano de dios que nos protege;
la furia que me nubla el rostro,
es el humo de su cigarro
y toda esta sinrazón y miseria
son provocadas por su aliento alcohólico.
Escúchame hijo,
si hay un infierno entonces,
todos hemos muerto
y estamos condenados a pagar por nuestras culpas
en esta carretera.


* * *

sentados el día era una rápida sucesión de luz la noche una sombra calcinada la caja de mi camioneta fogatas a lo lejos siempre tomamos el humo se colaba en todas partes la música cerveza muy alta en el estéreo nunca entendí por qué el fuego en los cables del teléfono ni un solo pájaro sombrío para qué hacer fogatas donde todo se quema no te gusta ese olor a hierbas dame otra cerveza calcinándose están heladas cambio la música yo lo vi viajaba solo abro otra cerveza cabalgaba con la muerte no conocíamos el frío no imaginábamos el frío entonces entendimos ese otro fuego que nos habita la ropa se pegaba el sudor iba a vengar su familia el humo se dispersa el día el verano es obsceno en verdad un hombre sin suerte tarda tanto en llegar la noche nunca entendimos la luz se obstina en no morir hacer fogatas


* * *

Cuando más densa parece la noche y no podemos dormir,
cuando cada estrategia pensada tenazmente
se nos vuelve una embarcación que por ligera
habrá de sucumbir a la tormenta que se avecina.
Cuando lentamente calculamos cada movimiento de la calma
y el deseo de venganza nos encuentra combatiendo con los recuerdos
¿Qué ansia gira por nuestro cuarto como un enloquecido?

Más allá de los ladridos de quienes como nosotros esperan,
más allá todavía de la oscuridad en la que nos ocultamos
de ahí de donde viene nuestro miedo,
el sol espera paciente el tiempo en que saltará sobre nosotros
y abrirá nuestras entrañas con su luz y saciará su hambre.


* * *

La fiebre es el verano del cuerpo,
deja quebrado el árbol que nos mantiene en pie
y hace nacer una flor de sangre entre los labios.


* * *

¿En verdad quieres volver y de antemano sabes que fracasas?
¿En verdad quisieras extraer la médula de luz que amarga tus recuerdos?
¿O es que todo es sólo un exorcismo
una dolorosa operación que te hace confrontar la familiaridad de un enemigo?
¿Acaso este desierto plantó ominosamente su veneno?
¿Acaso tus recuerdos son un gesto del odio?
Las calles de la fiebre son úlcera y venganza,
donde no cesa el movimiento de la desilusión y la tristeza.
¿Será que estás nombrando la cara negativa de tu nostalgia
y quieres renunciar a lo que no podrá dejarte nunca?
Esa luz y esa ciudad están hechas ahora de ceniza.
Vas a quedarte lejos de nombrar lo que te nombra.
Vas a quedarte lejos de volver
porque aquello que buscas ya no te reconoce.


* * *

Aquí siempre es verano
aunque nos digan que las estaciones llegan y el año acaba.
Allá siempre es verano
lleno de voces y plegarias no atendidas.

No pretendía volver o que el verano fuese el paraíso,
ni siquiera ser la piel del sol abatida en los cristales.
Pero he caminado las calles,
he fundido mis suelas en sus banquetas
y cobrado una cuota de sol como la infamia.

No pretendía volver y sin embargo
mis ojos van al encuentro de esos días de enseñaza y de golpiza.
Aún hoy me escondo a fumar,
porque sé que aunque se crezca,
siempre hay alguien que vigila.

No pretendía volver
pero me siento en esa mesa a donde acuden,
en menos de un año, cuatro muertos.
No es increíble que la muerte se haya molestado en recordarnos.

No pretendía volver y sin embargo
una llamada, un noticiero, algún periódico
me traen de vuelta a la masacre
y camino hacia una hora menos en el tiempo.

No pregunté por qué allá siempre es verano,
nacíamos con él en la mirada y sin embargo
un temporal de oscura gracia nos seducía.

No pretendía volver, pero no basta pretenderlo,
el verano emana de mí y todos los caminos se tuercen en su polvo,
toda esa es luz es un puño que se rompe en mi memoria.


* * *

Voy a darle vuelta a la página de los incendios,
a levantar la pluma de esta hoja que la luz ha despertado,
a oscurecer con un golpe de mano esta flama que se consume a sí misma.
Voy a quedarme quieto.
Voy esperar la estación de nubarrones y mañanas frías.
Voy a guardar silencio.