«Y luché contra el mar toda la noche, desde Homero hasta Joseph Conrad, para llegar a tu rostro desierto y en su arena leer que nada espere, que no espere misterio, que no espere.» Gilberto Owen

miércoles, septiembre 03, 2008

Dos notas de la bisnieta del poeta Enrique Pérez Arce

GISELLA PEREZARCE

I don't know if we're allowed to post poetry here. My great-grandfather is Enrique Perez Arce. His daughter Laura Aram published books of poetry in Spanish and English. Her son, my father, Inrikwe, is also a very accomplished poet ( although unpublished). I wanted to write something in honor of them. However, what came out was very basic when I tried to write. If given the chance again, I will write something different.

Sinaloa

A land of hummingbirds.
Who has heard of your greatness?
Who has told of your love?
Is it the voice of Angels-
the voice of the turtledove?
I have heard-am hearing, believing,
understood.
I am coming.
Take my hand.
My grandmother and I into
your promised land.

11 de enero de 2008

* * *

No sé si estamos autorizados a publicar poesía aquí. Mi bisabuelo es Enrique Pérez Arce. Su hija Laura Aram ha publicado libros de poesía en español e Inglés. Su hijo, mi padre, Inrikwe, es también un poeta muy logrado (aunque inédito). Quería escribir algo en honor a ellos. Sin embargo, lo que salió fue muy básico cuando traté de escribir. Si se da la oportunidad de nuevo, voy a escribir algo diferente.

Sinaloa

Tierra de colibríes.
¿Quién ha escuchado de tu grandeza?
¿Quién ha dicho de tu amor?
¿Es la voz de los Ángeles -
la voz de la tórtola-paloma?
He oído -
estoy escuchando, creyendo,
entendiendo.
Yo vengo.
Toma mi mano.
Mi abuela y yo
en tu tierra prometida.

11 de enero de 2008

(Versión al español de La Guarida)

***

LA SEGUNDA NOTA

My grandmother, Laura Perez Arce Aram passed on tonight. I wanted to share a poem in her honor.

LA TRAVIATA, 1853

Verdi's fame eclipsed that of his predecessors.
He wrote of his long "years in the galley" to the Countess.
He remembered days of growing up in Milan.
You remembered Mexico, Paris, and the "Deep Purple" song.
Like Verdi, "How many dear and sad memories" followed you.
May the crucible of our loneliness kill us too.
In order to be re-born as a poetess, philanthropist, or political activist.
Making our mark for the world to see.
Now you are truly set free.
I love you.

2 de septiembre de 2008

***

Mi abuela, Laura Pérez Arce Aram, falleció esta noche. Quisiera compartir un poema en su honor.

LA TRAVIATA, 1853

La fama de Verdi eclipsó la de sus antecesores.
Escribía a la Condesa acerca de sus "largos días en las galeras".
Recordaba los días de adolescencia en Milán.
Tú recordabas México, París y aquella canción de Deep Purple.
Como a Verdi, "Cuántos recuerdos tristes y entrañables" te seguían.
Que también nos mate el crucifijo de nuestra soledad.
Para renacer así como poetisa, filantropista o activista política.
Y dejar nuestra marca a la vista del mundo.
Ahora te has hecho libre de verdad.
Te amo.

2 de septiembre de 2008

sábado, junio 28, 2008

Se está cayendo el viento

NOELIA LÓPEZ

Se está cayendo el viento
resbala pesado, indolente
entre los pinos mojados.

La voz de las voces es ave.

Aún no hemos visto la luna
con sus fases, sus temblores
el viento muere, y no se nota.
De la mano de sus nietos
camina una puta retirada
en la vigilia.
Se nos ha caído el viento,
y todos, menos yo
hacen como que no saben.

Las manos del agua me evaden.
Las lágrimas, piedras, no salen.

La perra en la esquina me mira
me anticipa, desafiante
con ojos oscuros, ahumados
traspasa mi frente humeante
el viento se va, se me cae.

Tal vez fue mi estela dormida
mi desidia galopante
la que tiró al viento en su cielo
hizo jirones de mi aire
se lo llevó arriba, muy lejos
donde no puede esperarme
donde no espera tocarme.

No hay aire, no hay tierra
no hay nada
sólo agua en mi pecho inflamable.
Me siento a esperar los camellos
en este desierto rodante.

La luz de las luces es carne.

El viento se ha muerto en mis ojos
lo vi decaer
desgarrarme
ya es noche y las hojas descansan
cubriendo el camino,
ya es tarde.

martes, junio 17, 2008

Los coches no vienen por mí

RAFAEL FÉLIX

Los coches no vienen por mí
Ningún coche viene por mí
En ellos avanzaría rápido
Pero ellos no llevan a jóvenes llagosos
Lacrimosos
Supurosos de una lava que no lava.
Mejor me iré a ganguear mis gangrenas caminando.

lunes, abril 28, 2008

Textos sobre Contraverano, de Mijail Lamas

COSME ÁLVAREZ

En los siguientes enlaces pueden leerse comentarios sobre el libro Contraverano, del poeta Mijail Lamas.



Mijail Lamas es, en mi opinión, uno de los poetas jóvenes de Sinaloa que, más allá de prometer una obra futura, comienza a dibujar un presente promisorio en ese vago retrato de familia que es la poesía mexicana.

Foto: Francisco Segura

lunes, abril 21, 2008

Consideraciones en minúscula


MOISÉS VEGA



I
en la higuera del aire
la noche elástica
dice lince ostra
nombra dogmas es eléctrica.

vaiven que zumba
es la noche, liturgia
que escribe el grillo
y tímpano del náufrago.

tierra adentro la noche
el mundo pierde cuerpo
y se hace harapo
y soliloquio.

Es decir vértigo
ración de lumbre
que pende entre el hombre y las cosas.


II
no el tiempo, gesto sacro
del eco, losa cárdena
que nos ciñe y cohabita

no el tiempo, noche blanda
de los cisnes, el sismo
que es relámpago y naipe
no el tiempo noche ignota
sino el revés del tiempo
que nos ciñe y comulga
y es lengua de bengala
huerto terracota.

martes, abril 15, 2008

15 poemas de Contraverano


MIJAIL LAMAS

Negándote a volver,
te llegan los recuerdos como de un pozo ciego
y ese sol es una moneda de cobre que no brilla.
En silencio pules su agudo margen
hasta que el recuerdo del paisaje te embiste.
Sabes que el sol no apacentaba su jauría,
así que te repites que allá siempre es verano
y esas palabras son las que te traen de vuelta.
Ahora cuentas sin pensar
las voces de los que habitaron en la casa
y te hacen falta cuatro para completar la cifra.
Eso podría detenerte pero no lo hace
porque sabes que en la familia la muerte era inédita.
Así que continúas
prometiéndote no hacer un día de campo con todos tus recuerdos.
Crees que en la resignación encontrarás descanso,
pero es mentira.
Esa moneda es paga injusta,
porque la luz de la que huyes es dardo que se encaja
en la placentera sensación de no pensar.
La desaparición de aquellos que no resucitan
te obliga estar atento.
Las veladoras que enciende tu incomprensión
no alcanzan a iluminar la santidad y la indolencia,
mucho menos borrar el rostro de aquel cristo en el altar de tu infancia.
Los semblantes que te llegan sin aviso
son un fuego vertical que corta la costumbre de soñar sin sobresaltos
y las manos son quimeras de papel que con su filo
parten el sueño en fragmentos que se mezclan
con los de hace diez años y los de esta mañana.

Finalmente estás solo sin saber
cómo de pronto
vuelves.


* * *

No quisiste quedarte.
No quisiste aprender cómo quedarte.
Quedarte resignado a beber toda la luz que nunca muere.
De tal modo que el recuerdo te soborna,
te hace dudar hasta llevar tus manos a tocar lo que no tienes.
Para tocarlo primero hay que saber decirlo, decirlo muchas veces.
Mucho tiempo has pensado destejer, una tras otra,
las tramas que se te van enredando entre los dedos.
Mucho tiempo quisiste enumerar cada partícula de polvo, cada capa de tristeza,
enumerar también cada puñetazo de la frustración,
cada truco para engañar el mediodía que te cortaba en sombra la figura.
Pero no puedes y te llevas una mano a la cabeza
y descubres que en ese recuento
hay una imagen que tienes de ti mismo y te es extraña
que sólo en sus contornos y a lo lejos, apenas en su sombra,
podrías reconocer.
Hay algo que ahora te detiene.
Has dicho demasiado y te has metido en un problema.
El añejo dolor que te conserva despierto y a la sombra
guarda para ti un sentimiento de revancha.
No puedes avanzar lo que quisieras,
el desierto que pretendes recordar se vuelve más extenso.


* * *

Lo que antes fue desierto aún persiste
y en unas cuantas líneas crees recuperar todo de nuevo,
recuperar aquel paisaje donde el verano cumplía su destrucción inapelable.
Pero hay algo diferente,
las calles que recuerdas tienen zanjas más hondas,
las paredes de las casas tienen grietas como relámpagos de piedra.
Crees que puedes volver a llenarte de polvo los bolsillos,
crees que puedes patear lejos de aquí remordimiento, rabia y rencor
como si de cosa pequeña se tratara.
Crees que puedes volver y una sensación de sequía en tu garganta te sorprende.
Te sorprende también aquella disposición al cariño que justificaba cada golpe,
aquella sensación de no sentirte solo sin creer que dios te vigilaba.
Y pronuncias en voz baja
una blasfemia que solamente a ti te reconforta.
¿O es qué todo lo que has dicho no deja de ser una conjetura
o una ávida reconstrucción de los hechos
o una manera de legitimar una mentira,
porque eres otra presa del olvido
y herido por el sol en el costado,
se han calcinado todos tus recuerdos?
No hay nada,
te cuesta trabajo creer que no hay nada.
Regresas para buscar en ti algo que permanezca
y compruebas que lo único palpable que posees,
ahora que ya es tarde y tienes sueño,
es el cuerpo de una mujer que no puede dormir
y te espera en otro cuarto.
Dejas la pluma que habías tomado para escribir eso que no alcanzas a fijar,
apagas en silencio cada una de la luces de la casa
y el desasosiego no se extingue por completo.

Quisieras continuar pero ya es tarde.


* * *

En soledad he aprendido a lidiar con la ceniza que han dejado los veranos.
De noche he aprendido a no dejar que mis palabras se consuman por el fuego.

Por este oficio de sombra
puedo soportar esta ciudad que llevo a cuestas.


* * *

Rodeado de la luz por todas partes,
me iba huyendo del sol hasta encontrar
un lugar donde me ofrecían de mal modo y por un mismo precio,
una mesa donde escribir, una taza de café,
una burbuja de aire acondicionado.
Frente a mí ponía los papeles y me quedaba esperando
a que la obscura poción de tener los ojos abiertos
cantara para mí su pujanza.
Afuera el verano dejaba correr libre su corazón de rojo carnicero
y la luz marchitaba cuerpos que antes fueron exquisitos,
que antes fueron necesarios.
Cada palabra del poema me era reclamada,
pero sólo acudía a mí los voz de mis amigos
con su apresurada letanía.

Ahora, en una ciudad templada de distancia y nubes,
en otro establecimiento donde el servicio es bueno,
yo no conozco a nadie,
y algunas de aquellas palabras
me llegan mezcladas con las que aquí me encuentro
mientras muy lentamente
revuelvo mi café.


* * *

Que el sol y su recuerdo no te tuerzan los labios,
su amargo madurar escupe aquí.
Deja que su aguijón cante para los otros
la luz de su ponzoña.


* * *

No hay nada como estar lejos,
caminar las calles donde nadie te conoce.
Es bueno no causar ninguna impresión,
a lo mucho verán en ti,
cuando vienes a sentarte en la mesa de un café
a otro más que pierde el tiempo.
Aquí todos se ocupan de sus cosas,
así que no existes para nadie.

Y cuando crees encontrar reposo en el anonimato
hace falta que un rayo de luz toque tu vaso de agua para que estés alerta.
Hay una marca en esa luz que te recuerda de dónde vienes,
una señal que te advierte no olvidar que te persiguen
y que el verano ha de recorrer una a una las ciudades
para encontrarte.

Sabes que para ti ya no hay descanso,
que la condena es esa luz que todo lo somete,
que ha convertido tu cuerpo y tu memoria en una herida,
en una profunda quemadura.


* * *

Vienes a tomar posesión del desencanto,
a estrujar hierbas marchitas,
en esa tierra que se desmorona entre tus manos.
Vas quebrando los vidrios de tu desesperanza
pero en su lugar levantan muros.

Has venido a pelear una guerra perdida
en una tierra desolada no hace mucho.

Has querido recuperar anhelos que el sol ha consumido,
cuartos que guardaban para ti la oscuridad
o aquella sorda luz de los altares.

La áspera desolación de los caminos
es la forma en que tu alma se dirige al encuentro de su ruina.
Todo lo que buscas está lleno del polvo
que cubre la verdadera imagen que tienes de las cosas.

Te aferras a reconstruir un paisaje
y ese oficio que te aparta de la luz,
esa arquitectura del desastre,
es otra manera de mantenerte a flote.


* * *

A Mario Lamas, mi padre

Que no te asuste, hijo, el infierno
más de lo que te pueda asustar esta carretera que arde,
este camino que incendia su horizonte,
esta vegetación que nos sepulta,
este sopor que nos asfixia.
La mano ciega que ha errado casi todo,
es la mano de dios que nos protege;
la furia que me nubla el rostro,
es el humo de su cigarro
y toda esta sinrazón y miseria
son provocadas por su aliento alcohólico.
Escúchame hijo,
si hay un infierno entonces,
todos hemos muerto
y estamos condenados a pagar por nuestras culpas
en esta carretera.


* * *

sentados el día era una rápida sucesión de luz la noche una sombra calcinada la caja de mi camioneta fogatas a lo lejos siempre tomamos el humo se colaba en todas partes la música cerveza muy alta en el estéreo nunca entendí por qué el fuego en los cables del teléfono ni un solo pájaro sombrío para qué hacer fogatas donde todo se quema no te gusta ese olor a hierbas dame otra cerveza calcinándose están heladas cambio la música yo lo vi viajaba solo abro otra cerveza cabalgaba con la muerte no conocíamos el frío no imaginábamos el frío entonces entendimos ese otro fuego que nos habita la ropa se pegaba el sudor iba a vengar su familia el humo se dispersa el día el verano es obsceno en verdad un hombre sin suerte tarda tanto en llegar la noche nunca entendimos la luz se obstina en no morir hacer fogatas


* * *

Cuando más densa parece la noche y no podemos dormir,
cuando cada estrategia pensada tenazmente
se nos vuelve una embarcación que por ligera
habrá de sucumbir a la tormenta que se avecina.
Cuando lentamente calculamos cada movimiento de la calma
y el deseo de venganza nos encuentra combatiendo con los recuerdos
¿Qué ansia gira por nuestro cuarto como un enloquecido?

Más allá de los ladridos de quienes como nosotros esperan,
más allá todavía de la oscuridad en la que nos ocultamos
de ahí de donde viene nuestro miedo,
el sol espera paciente el tiempo en que saltará sobre nosotros
y abrirá nuestras entrañas con su luz y saciará su hambre.


* * *

La fiebre es el verano del cuerpo,
deja quebrado el árbol que nos mantiene en pie
y hace nacer una flor de sangre entre los labios.


* * *

¿En verdad quieres volver y de antemano sabes que fracasas?
¿En verdad quisieras extraer la médula de luz que amarga tus recuerdos?
¿O es que todo es sólo un exorcismo
una dolorosa operación que te hace confrontar la familiaridad de un enemigo?
¿Acaso este desierto plantó ominosamente su veneno?
¿Acaso tus recuerdos son un gesto del odio?
Las calles de la fiebre son úlcera y venganza,
donde no cesa el movimiento de la desilusión y la tristeza.
¿Será que estás nombrando la cara negativa de tu nostalgia
y quieres renunciar a lo que no podrá dejarte nunca?
Esa luz y esa ciudad están hechas ahora de ceniza.
Vas a quedarte lejos de nombrar lo que te nombra.
Vas a quedarte lejos de volver
porque aquello que buscas ya no te reconoce.


* * *

Aquí siempre es verano
aunque nos digan que las estaciones llegan y el año acaba.
Allá siempre es verano
lleno de voces y plegarias no atendidas.

No pretendía volver o que el verano fuese el paraíso,
ni siquiera ser la piel del sol abatida en los cristales.
Pero he caminado las calles,
he fundido mis suelas en sus banquetas
y cobrado una cuota de sol como la infamia.

No pretendía volver y sin embargo
mis ojos van al encuentro de esos días de enseñaza y de golpiza.
Aún hoy me escondo a fumar,
porque sé que aunque se crezca,
siempre hay alguien que vigila.

No pretendía volver
pero me siento en esa mesa a donde acuden,
en menos de un año, cuatro muertos.
No es increíble que la muerte se haya molestado en recordarnos.

No pretendía volver y sin embargo
una llamada, un noticiero, algún periódico
me traen de vuelta a la masacre
y camino hacia una hora menos en el tiempo.

No pregunté por qué allá siempre es verano,
nacíamos con él en la mirada y sin embargo
un temporal de oscura gracia nos seducía.

No pretendía volver, pero no basta pretenderlo,
el verano emana de mí y todos los caminos se tuercen en su polvo,
toda esa es luz es un puño que se rompe en mi memoria.


* * *

Voy a darle vuelta a la página de los incendios,
a levantar la pluma de esta hoja que la luz ha despertado,
a oscurecer con un golpe de mano esta flama que se consume a sí misma.
Voy a quedarme quieto.
Voy esperar la estación de nubarrones y mañanas frías.
Voy a guardar silencio.

jueves, marzo 27, 2008

Poemas


ÓSCAR PAÚL CASTRO

HOTEL SANS-SOUCI
Aquí el alba es innombrable.
Para llegar aquí caminamos día y noche bajo los rayos del sol:
los espejismos nos llenaron los labios de arena.
Ahora sólo queda una hemiplejía de sombras
y costumbres,
el ave que creyó que podría volar mejor en el vacío:
el desengaño.

Inventar sueños en el insomnio:
un Café imposible, una moneda
cayendo lentamente en una máquina
que reproduce los mecanismos de la eternidad,
y aquella voz como agua oscura
–some day you’ll miss me honey–
que tocamos con la punta de un dedo milenario.
Sin embargo el silencio.

Náufrago de sombras,
el desierto prolonga su blancura:
a tin soldier on the counterpane. No.
Más bien un soldadito de plástico bajo una lámpara
-un juego cruel-.
El largo camino de la cama al sueño,
donde una mujer desnuda
que le abre las piernas a la noche
es la imaginación de la locura.

Levantarse en mitad de este cuarto interminable
que se está cerrando,
llenar el lavamanos hasta el borde
y hundirme en sus aguas,
donde escucho mi corazón
-como una gota cayendo
en un plato abandonado y sucio-
en una casa donde ya no habita nadie.


SOMBRA
La
luz
esconde
mi cuerpo
Soy
de la
misma
sustancia
de la noche

Nadie
puede seguirme


SOMBRA
ENTRE DOS RELÁMPAGOS

Avanzo La Noche
sombra entre las sombras luz que esculpe
el abismo y esconde un cuerpo
la noche se ilumina mi cuerpo frente a otro
porque arde Soy Relámpago
y se congrega el silencio de la sangre
en una misma sustancia del abismo
palabra de la noche sin cuerpo
que no pronuncia Nadie
Nadie existe

Nadie
puede seguirme


PREPARA EL FUEGO
Prepara el fuego
Anuncia tu desaparición
Aprende
el oficio del relámpago
Todo
comienza con una palabra:

Cualquier barca es suficiente para el naufragio

La soledad
es el reino

La noche
te ayuda a no retroceder en la blancura

Si duermes

No despertarás nunca

Si tienes los ojos abiertos

Escucha
Todo cambia

Rompe
todos los espejos

Mira

Todo es reflejo

Que tu rostro sea el rostro de la llama
en el viento
Y el silencio sea el relámpago
que anuncia
Haz de la soledad
el reino

Ala diestra el día
y
la noche siniestra

Escucha
Silencio

Silencio
El verdadero oficio es el silencio

La noche ilumina Oscurece la blancura

Aprende el oficio del relámpago


OFICIO DE TINIEBLAS
Para Claudia

El amor solo
frente a un cuerpo pero solo,
torre que en silencio se destroza
contra el muro ciego de la noche,
un corazón como una piedra viva entre derrumbes,
como un sueño recordado
que era hermoso en el olvido:
un temblor apenas de su sangre.
Cierro lo ojos:
te ilumina un relámpago,
y una palabra como un trueno
-testimonio de la luz
que ya se ha ido- se levanta.
La noche marchita flores en mitad del sueño,
y el corazón ya es un grito,
una oración desesperada en el silencio:
la vida,
un oficio de tinieblas.

EPÍSTOLA PARA UNA GAVIOTA
QUE CRUZÓ EL CIELO VACÍO
No me preocupo por ti, Amor, no me importas
y rara vez te pienso,
sé que no me amas y he aprendido a olvidarte lentamente,
día a día: las horas son lentas y los años breves.
En las noches, mientras me juego la vida en una palabra,
sé que estoy solo,
y que nuestro encuentro –desde antes era necesario-
no podía ser de otra manera:
que tú y yo nos encontráramos
solamente para desencontrarnos
y yo supiera lo que era no tenerte.
Ya te lo dije, nuestro amor fue una mariposa muerta
en un cielo de palabras.
Pero, ni la mejor mentira, Amor, es la verdad, y no te olvido.
Y si estoy solo, no es porque este sin ti;
y estoy triste, es cierto, pero siempre estoy triste.
Y si me dueles,
me dueles como a veces me duele el viento,
y tu recuerdo es algo así como una nausea
o una tristeza nublada.
Me importas lo suficientemente poco para seguirte amando
y para que el olvido sea innecesario.
No voy a buscarte.
Y si te quiero, es que la sangre me llama a quererte.

Y como a veces, Amor, se nos entrega
una palabra o un sueño que nos estaban destinados,
si es verdad que hay encuentros que son inevitables:

Así sea.


NO EL QUE FUI COMO EN UN SUEÑO
No el que fui. Como en un sueño
sufre aquél que seré.
Ese que llora en una esquina futura
el sueño perdido que aún no sueño,
el amor de una mujer que otro –no yo, ni él-
reconocerá en un instante cualquiera
sólo para que ese hombre lejano
sufra de esa ausencia.
Avanzamos –cada vez el mismo rostro
más lejos de sí mismo-
y la verdad no es otra cosa
que ese sueño olvidado y perseguido
que ese hombre –siempre otro- sigue soñando
con los mismos ojos abiertos
que ahora cierro.
Y aquél sufre, aún sin ser,
bajo un sol y un viento precisos,
lo que estoy siendo en este instante.
Porque el futuro sólo es el recuerdo
de este instante: espejo remoto
donde alguien despierta en mitad del olvido.
Esta es la verdad presentida
aunque mientan todas las verdades.
Y aquél hombre recuerda y desprecia
la esquina que doblaré para encontrarnos:
como a un amigo que nos cansa
y a veces –no sin amor- nos es desagradable.


NO ES LA SANGRE
Para Viridiana

No es la sangre sino el tiempo
lo que calla aquí y termina.

Entonces, solos, frente a un muro
―que es un espejo y una sombra-
desandar el camino.

Nada nos queda, salvo una palabra.

Una palabra como un hilo para volver
cuando el amor convierte la noche
en laberinto.

Una palabra que puedas pronunciar
en silencio y vencido
y su eco sea tu nombre.


Una palabra para soñar en mitad del día
y que pueda convocar, en mitad de la noche,
todos los rostros del olvido.

Una palabra para poder cerrar los ojos
―solos, frente a un muro
que es una sombra y un espejo-
y seguir adelante
cuando sea la sangre y no el tiempo
lo que calle aquí y termine.

martes, marzo 11, 2008

La cara de en medio: dos pinturas de Varezal

(acercamiento de la obra de Alejandro Álvarez, Varezal)

LEONEL RODRÍGUEZ

El silencio total de la pintura nos invita a perdernos voluntariamente; de nosotros depende hurgar sus vértigos y volver con algo nuevo entre manos. Tengo ante mí dos cuadros del pintor Alejandro Álvarez (Los Mochis, 1984) y ante ellos, mi primera sensación es de silencio; después, dos preguntas: ¿qué quiere decirnos el pintor con este silencio?, ¿desde dónde pinta?

Miro la pintura titulada Mi silencio es un aullido. Aquí está el grito sin resonancia del mundo; el rostro de la impotencia: cinco caras que se unen desde la serenidad aparente hasta el aullido que vomita la pregunta por el origen; un orden y sentido de la vida que se han perdido.

Podemos situar en los inicios del siglo XX los brotes de un arte que ya quiere referirse a las multitudes interiores que habitan a cada individuo; una apuesta por la intimidad del ser que funda el descubrimiento esencial de que el arte, ya no la religión cristiana, es el ámbito sagrado de la era moderna. Recordamos la pintura impresionista de fines del siglo XIX, la poesía de Ezra Pound, el rescate de la tradición poética oriental para occidente, pero sobre todo el gran momento de la poesía en lengua española a partir de las dos últimas décadas del siglo XIX e inicios del XX, que la crítica especializada ha denominado modernismo, y que no es otra cosa que la investigación a través del arte de las capas profundas del hombre; ya no la mirada sobre la sombra propia en el mundo sino la mirada dirigida a sí misma, al desciframiento del sr que observa. Así, entiendo los rostros del aullido como propios del pintor que se mueve entre los visajes del sueño y el desgarramiento, pero también como las máscaras del mundo. Cada rostro del cuadro es un matiz del hombre: el artista es un despierto en viaje constante y siempre entre dos puntos; persiste entre agua y fuego: es la cara de en medio.

Alejandro Álvarez es un joven pintor que de manera inesperada ha tocado el nervio del arte moderno con la frescura y la inocencia del que no sabe que sabe. Autodidacta, se ha dedicado a estudiar la obra de los artistas que le han interesado y le han comunicado: van Gogh y Tamayo.

Los colores que usa Alejandro Álvarez están emparentados con aquellos que se asocian a la escuela mexicana de pintura —y aquí es donde la influencia de Tamayo parece tomar claridad: son colores que se asemejan a la tierra más que al cielo o al mar. Estas tonalidades comunican al modo de los ciclos agrícolas; llevan en sí la lentitud, la decisión y la fuerza que se identifican con la lengua de la tierra. Podría tratarse de un lenguaje no aprendido mediante el contacto humano, más bien un «lenguaje del lugar» que tiene relación con las raíces y lo oscuro.

El segundo cuadro, sin título, es, en apariencia, un paisaje exterior. Una ciudad como un puerto, un mar negro y sin vida. En realidad, el cuadro tiene mayor parentesco con el autorretrato o la pintura abstracta. No hay adentro ni afuera: la apariencia adquiere sentido una vez que trasciende y perfora cada vez más cerca del centro de la diana, aquello que pretende reflejar el arte; el hombre perdido en el mundo sin centro, sin un sol alrededor del cual girar, sin un dios. En el cuadro vemos dos soles; las pinceladas puestas como pausas una tras otra, lo que nos recuerda la pintura impresionista. El cielo es una serpiente de luz que se enrosca alrededor del eje del sol, pero junto a él existe un segundo sol sin cuerpo, un sol-ojo que mira hacia adentro, al hueco que se siente y nos hace ver, nos dice un desorden, el desarreglo de los sentidos que ocasiona la pérdida de algo que podamos considerar íntimamente; así es como los rojos y los amarillos incendiados sofocan la ciudad habitada sólo por las alturas de concreto. Ahora bien, si el arte es capaz de poner frente a nuestros ojos el vacío, lo invisible, lo inexpresable, lo que nos mueve en la llaga, ¿no es el arte el ámbito sagrado que tenemos?

Como pintor y como artista, Alejandro Álvarez es un habitante frecuente de dicho espacio: tiene el trozo de carbón en sus manos; es de esperar que en los próximos años llene las grutas con las formas que nos hagan reconocernos.

Ahome, otoño de 2004

jueves, enero 17, 2008

Dolor de nombre


LEONEL RODRÍGUEZ
Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura

YELO NEGRO

I
Algo se revuelve como la carencia.
Un reacomodo de las aguas que me surcan
como naves tentaleando litorales
anuda con líquidas trenzas el siseo que despierta mi silencio.
Algo se reanuda y yo escucho.

Acomodo una luz austera de cara al hueco de la noche;
la ventana queda ciega: un filo de luna se percibe,
un ojo se abre,
un haz de cuerpo se avecina.
Respiro una misma melodía.

Como una jauría de perros,
una turba de preguntas muerde los pasos
de la sombra que me lleva.
Entre ladridos se remueve su oscura,
violácea joroba de quietudes
moviendo las siluetas por alguna calle que invento.

Toco la huella
estoy partido y mi habitar es roto
el tacto carece
¿en dónde el sentido del encuentro?

II
Estamos en el pueblo de La Hueca:
días se alargan como noches:
en el sueño:
la serpiente piel de la crecida,
máscara cambiante del acantilado…
parece así que lo creemos
no tiene tamaño nuestro aliento
mero vaho que aparece ante el paisaje
recuerdo en el espejo
de aquel canto que montamos en el bosque

ahora flota para no mirarlo

También debajo de las piedras
escucho el silbo de otro nombre
¿qué grito vale su penar en la existencia?

Parpadeo en el punto cero de la aguja
—separados por los hilos que atan cosas,
alguien nos descose
alguno que sabemos
desconoce su vecina identidad alguna:
la veo y no la veo,
vigilia adentro de la costa donde duermo.

Yo älguno, sin nombre,
¿sabrá que somos niebla entre dos sueños?

Somos el pueblo de La Hueca, de la gran roca seca y hueca.
Los ojos cerrados a la luz sobre el sin suelo del desierto
queman tú qué más en la pregunta,
pasos que se apuntan sobre brasas.
Así desando por mi nombre
como por un viento sin respuesta.

El polvo del hambre cubre nuestro cuerpo. Recibimos las acometidas del vacío con el humo
de madera calcinada —abrazo de mil playas que los viejos cargan en sus brazos: fogatas para
celebrar a nadie, lumbre para ahumar la curva de la luna

la moneda roja,
sello de sangre en los entresijos de la noche.

Este ulular dibuja la caída de una esfera, raíz de luna, siéntela lamer la lengua, lamer el mar
donde nos dice
la felicidad de un ojo de agua que rodeó a la noche con un río.

Nuestros días, nuestras noches, nuestro torcer paciente en el silencio. El río que buscamos
alimenta el hambre que lo mueve.

Niños miran: nos insectos, nos algunos divididos.
Niños lanzan la pregunta que se aleja como tronco a la deriva.
Hay un sitio donde juegan y descubren los cimientos.

III
Cuesta arriba imaginarse las palabras
que habrán de romper el silencio
que no pide ser abierto.

Mi sueño crece desde adentro de una cueva:
la ciudad se angosta en una calle a mediodía,
el sol la desvanece, limpia de la vista.

Estoy de pie sobre una duda que la boca balbucea;
no puedo sacarla de su olvido, no la veo.

Si camino y me dirijo
hablo baladura de balido,

¿qué digo en esta hora limpia y sola,
arrojado desde el suelo hasta yo mismo?

Silabeo:

IV
La ciudad se suelta de mis ojos
—hay un baile
desatado del susurro hay un baile,
arborece de las manos de la tierra
y da vueltas
y lo digo
acabándose el aliento.

Me desplomo enlazado a las veces que pregunto y pierdo la respuesta.
El mundo gira y no se aquieta.

Alguien se oye tronar,
una mujer renace en el costado del momento
nochemente
ella baila
se agrupa sobre el sueño del hombre encendido
se distiende
y respira
y parece un sueño que nace de un sueño.

Nuevo aliento a los muslos que despiertan.

Los ojos salen a tientas
la mirada más oscura, voz
caverna, empapada de arrastrarse acuoso en el olvido,
su goteo no es la duda:
buscar nuevo de lo aquello.

La ciudad olvida mi andar austero y las caras que animan el yelo oscuro de sus sueños.
La ciudad flota en el deshielo de sí misma.

Desesperas cuando no suena la puerta,
no hay tablas que dividan el aliento de lo indecible, este viento que te acerca a lo mirado.
No se rompen las ventanas a palabras.
Ellos dijeron:
«Mantente limpio, sí, muy cuidado,
corre si tienes que hacerlo, anímate si puedes,
corre, corre si puedes correr
mantén limpio tu traje, mi buen hombre».

El viento camina
todo lo voltea entre sus piernas y despierto
—adentro de los muslos abulta la nostalgia,
recuerdas el rojizo mundo de barrancas y mañanas que se abren similares,
allá, el sol del bosque dice:
ella baila,
en algún sitio ella se encuentra, es realidad que ofrece su sentido;
ella baila invisible en el sueño, más adentro de la trama que la propia sangre bulle.
Su boca danza sobre tu cuerpo
la canción que Nos soñaba.
Ella baila y te despierta su canto que disloca.

Adentro de la mina el ojo es negro;
perdido sin mi dueño, dando tumbos,
me arrimo a los caminos y me hundo,
camino por el sueño y digo mundo;
el hombre que busca su lugar junto a la roca hueca
cuando los gritos despojados suenan frente a un cuadro donde duda;

las manchas forman sugerencias
(yo quiero asemejar los ojos)
se adivinan formas que desmienten
(asemejar los ojos al crédito del fuego);
quiero bailar sobre la cresta de las olas, por entre el fuego que celebra.

Un no saber por qué, un no ser de estar tendido,
hallar la mano hundida,
invisible;
no sabe la mano
cómo abraza al hombre que se acuesta,
no sabe el hombre: sueña
su goteo lo inventa el árbol,
el baile es el latido del árbol en el pecho citadino,
mueve los sentidos al vaivén del viento:
baila
y ella canta
la canción de nuevos días


HUELLAS DE PERTENENCIA

1
Estoy sentado y pienso dar mi sombra por la calle que recuerdo.
El mar mundo de ritmos comunales ahoga mansamente en esta hora su roer,
afina un cauce limpio para darse al demuestro de nosotros
—los caminos se abren como brazos dentro de la comba que dice silencio-;
somos nosotros, descargados de sombra, semillas en la noche,
aquellos que miran venir las sinfonías diurnas a través de la ventana que los
junta.
Sentado y lleno de las voces, no estoy ahí donde me siento.

La estancia del mundo es sin contornos:
una carrera avasallante, impaciencia de las pieles por tocarse, la caída
sin cesar de las cosas por su peso;
en ellos que descuellan de su sombra un mundo real adquiere su certeza.

Nuestra casa es apretura que entrelaza espacio, árboles y hombres
—la respiración mira su ceder, alba voz que llega por el centro de tu cuerpo,
ojal de transparencia;
yo rodando sostenido por el peso que astilla un centro en mil astillas;
dividido soy un cruce de caminos.

El agua ruda, el agua que urde:
qué toca hurgando en la memoria roja,
qué busca en las palabras que callaron:
la intuición de una señal que escurre al sur de dónde, hacia lo bajo de quién
si lleno de mis voces, no estoy ahí donde me siento.

Cuál extremo del río que cruzo sin cruzar es bueno para despertar del todo.

2
La noche lanza su costado encima del recorte de los cerros:
hondos como espaldas, tímpanos de negro,
el viento arrastra sobre ellos los humores de la niebla.
El paisaje es paladar de tierra y agua.

La culebra húmeda del viento muerde la más honda transparencia.
Zumban las colmenas del reposo.

La calma despierta:
trueno y sombra son piernas que mueven y remueven las distancias:
lo lejano hila con los dedos de mi mano.
Las nubes pulsan luz dentro de su sueño acampanado
—el rayo es su badajo silencioso.
Su estruendo no es el ruido; a punto de caer es su mecerse,
de la suagua huele a estancia que se amplía,
su casi caigo es dulce, morada adivinanza que reúne al hombre con su noche.

Cascabeles que florecen son la espuma del momento.

La noche es indecible.
La cuna de mis ojos vierte su semilla,
planta su costado
a la sombra de la lluvia con su calma dura
en medio de eso negro que se oye y es vibrante duda...
La sonrisa que nace es su respuesta:
La ignorancia que es raíz es mi resguardo.

3
Cabe la lluvia en las distancias de mi cuerpo.
No cielo: demuestro de nosotros en cascada;
cabe la lluvia en cada gota, cauce que une, universo,
se abren las manos increadas, posibles, discutidas, desbordadas:

Despierta el hombre, embarazo de su sueño;
la mujer en la ventana canta música sin sombras,
el agua de su boca escande cabellera de su espalda,
desciende y es morada de la vista;
los ojos beben alimento de su canto.
Ante ellos amanece la ciudad pequeña como un parque,
minuciosa en los contornos de la música que ruge.

En su remanso encuentro mi sentido,
camino una calle nueva, sin fronteras,
cada paso nuevo umbral
cada paso nueva voz iluminando la penumbra
cada paso


OTRO MUNDO, ESTE MUNDO

Mientras el sol desciende, las frondas que lo ocultan se hacen menos negras. El gorrión festeja sobre las ramas desnudas, salta con su canto que recorta al viento.

Mil ojos se dibujan entre el follaje que parpadea. El sol que baja les da luz y su mirada. Un soñar rojizo y turbio es el corolario de una tarde que navegó sobre el lecho caliente del verano.
Calor de infancia, doble intensidad: en el recuerdo y al caminar por la calle junto al baldío donde al borneo de la cabeza nació el recuerdo de la matriz del olvido.


DOLOR DE NOMBRE

Yo soy el mundo. Aquí soy el mundo,
está en la palabra.

Limpio espacio
crece en la mirada,
su ramaje abre una sonrisa
en el rostro de una ella,
desconocida.

Decirle la sonrisa al mundo
es la lluvia que rebosa la vasija
donde alguno bebe su reflejo.

Sin mirada, el hombre es exiliado,
sombra entre fantasmas.


El mundo inicia en cada giro que acicalan nuestras manos.
Quiero ser claro y decir así conmigo
los fantasmas en la esfera de mis ojos;
caminar en las palabras, si así fuera posible
y asomarse a la ventana del instante
para poder decir conmigo
la oración completa de la tarde.

Sea la voz mi propia andanza
donde encuentro lo perdido
en los ecos de mis pasos
en el reposo de mi lengua
como una vela que se aquieta
para colmar su fuego en ojo.

Acurrucado en la mirada, me detengo, me levanto, me desdigo
memorizo sin correspondencia:
enraizado en la luz, hablo con la voz del ciego:
encarno la noticia de mi tiempo.


Ahora he dicho lo imposible de tocarnos, sin poder tocarnos
con aquello que no sé decir
y no tenemos
sin tocarnos.


Me duele la franqueza de la luna,
ya no es sueño el despertar de su rugido
—no hay rugido.
Su silencio es silencio
y alguien sueña
alguien duerme más allá de estos sonidos:
la noche se ha cerrado para encontrar desnudos nuestros nombres,
nos deja en lo más negro de una selva,
colgados al descenso de la música—
(ella ha de hablar,
Nos hablará desde lo quieto,
su párpado abrirá la fianza que nos libre
de correr el círculo
que no respira:
alguien despierta
posado sobre la certeza oculta de estallar
como si el pasado
no se hubiera dicho
como si no fuera
esto que me anima
a saltar desde un vacío
sentir en cada vena de la carne
el recuerdo desatado sin origen
—lo abrirá el olvido—
para nadie
para que nadie crezca
para el nuevo hombre vacío
que no vemos, desconocido,
lleno de torrente y río).


Dilo, di la noche ha terminado, dilo afuera del silencio;
dilo para nadie bajo arcos de una casa clausurada;
dilo con tu voz que arropa
dilo con la voz que arde remolino de tu centro.
Dilo como quieras, dilo, salta del silencio a la tierra de las voces.

Como una flor huraña, la ciudad se cierra en medio día.

Estómago vacío,
cómete a preguntas,
roe tu nombre como al hueso,
busca de qué asirte,
toma el medio día pequeño, llénalo de cosas,
rómpete voz, truénate sueño, sean costras
las imágenes que había.

Dila. Di la pregunta.
¿Por qué la primavera es niebla,
densa y triste niebla?
Muéstrate de viento y corre,
tu infancia habla por la boca de aquel hombre que camina.
Su andar recorta la pregunta, mastica su desvelo.
Entre esa niebla pierdo
los sostenes de mis comas, saltan como grillos
—venas de su arena desmoronan las palabras, una a una como al viento.

Flor quemada, abre las entrañas y recibe
la novedad discreta de mi cuerpo.
(Atrás, la vieja piel rasgada responde las preguntas de ratones).

Estoy en ti nuevo yo sin ataduras,
mezclado a la corriente, me distingo del pasado en que no existo.


Manos largas hacia el templo de paja del recuerdo,
oscuro, oscuro—
¿cerré los ojos o soy el cuervo en su cabello?

Estoy enfermo de partir el mundo,
enfermo de compartir
el encierro del mundo.

Acaso invento sea,
imagen desgastada por el barro que hoy es lodo,
mal sueño de tierra quemada
—no hay vasija para verte, agua.
Difícil verse en el exilio.


Dila. No encalles como espuma palindroma,
besa tus huellas de regreso a la quietud.
Di los cerros tras la noche, zócalos rugosos
donde la predicción dispuesta se recarga.
El árbol de la mano abierta
se derrama en busca de la huella rosa (inmensa) de la luna (en mis ojos),

dile la parvada que nadaba en ese aire que inhalabas
—los tordos de los ojos volverán en mi consuelo.
La cabeza fue de dos y las piernas se plantaron con firmeza,
¿qué digo se balancea en esta lengua?

Si algún indicio hay en todo esto,
el son risa de la hiena dejó de ser temido.


La luz se ha colado amarilla por el cielo estriado
como un pétalo encendido.
El perro negro ladra en la esquina: es silencio que
estalla. La calle solitaria
es un largo lingote de ámbar.

Sobre las cabezas, un incierto olor a lluvia fina
llega como la premonición de un Sueño.

Un deseo no formulado; la boca llena de silencio:
mis ojos son otras ventanas
tras la ventana.

LEONEL RODRÍGUEZ: PREMIO NACIONAL DE POESÍA CLEMENCIA ISAURA

COSME ÁLVAREZ

Durante 2007, al menos seis sinaloenses obtuvieron algunos de los premios literarios más importantes de México, e incluso, en dos casos, premios internacionales. No hay nada que sociológicamente justifique esta noticia: nuestra educación está por los suelos, y los presupuestos y estímulos a la cultura son más bien ridículos, en relación con lo que se aplica, por ejemplo, a las áreas deportivas, donde el sinaloense no destaca, salvo, quizá, en box, y a veces en béisbol.

La creación de Consejos Ciudadanos de Cultura en los municipios parecía un acierto hace unos años (y lo es en la teoría) hasta que no tardaron en convertirse en refugio de burócratas palurdos, títeres de una política educativa y cultural que tiende con vértigo demostrado hacia la mediocridad.

En este entorno, no deja de ser extraño pero necesario celebrar a aquellos creadores que, a pesar de Sinaloa y de su burocracia cultural, trabajan de espaldas a la sociedad que los ignora y tarde o temprano obtienen el reconocimiento de esa otra sociedad, casi secreta pero no en extinción, de los artistas y los poetas.

Así, la poesía nuevamente toma por asalto la plaza pública. Hace cuatro días, el joven y excelente poeta Leonel Rodríguez me llamó por teléfono desde Culiacán para decirme que había obtenido el Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura. En mi opinión, su premio representa uno de los reconocimientos más acertados en lo que se refiere al trabajo poético de un verdadero escritor.

Leonel Rodríguez Santamaría, quien había ganado el Premio interamericano de poesía Navachiste 2004 por su libro Tu piel paciente, es originario de Culiacán, Los Mochis y La Ciudad de México, según consta en distintas publicaciones que incluyen su biografía. Desde que leí sus primeros poemas supe que estaba frente a uno de los poetas más significativos de las nuevas generaciones, no sólo de Sinaloa, también de México.

El jurado del Premio Clemencia Isaura 2008 estuvo integrado por Jesús Ramón Ibarra, poeta indiscutible y quien el año pasado obtuvo el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen, y por dos Franciscos, el uno Meza, el otro Alcaraz. El presidente del jurado dijo entre otras cosas que el premio le fue otorgado al trabajo de Leonel Rodríguez, titulado Dolor de nombre, “por la unidad temática y conceptual, por el tono equilibrado que maneja y porque revela que es un autor de mirada profunda y pulso mesurado”.

En 2003, como prólogo al poemario Tu piel paciente, y ante el escepticismo y quizá la molestia de propios y extraños, escribí: “Este primer libro de Rodríguez Santamaría, breve, austero, en general consistente, es un río en crecida y sin duda tendrá derivaciones dentro de la geografía sinaloense, de donde surge”. Sobre el porvenir de su trabajo y de Leonel Rodríguez Santamaría como artista dije: “El arco del poeta está tenso, su poesía nos conmueve hondamente como una flecha en la oscuridad”.


El martillo sirve para fijar las cosas sueltas… y para algo más.