«Y luché contra el mar toda la noche, desde Homero hasta Joseph Conrad, para llegar a tu rostro desierto y en su arena leer que nada espere, que no espere misterio, que no espere.» Gilberto Owen

miércoles, mayo 16, 2007

El arte de la pausa, de Jesús Ramón Ibarra

La poesía como engendro de la música y la imaginación

JOSÉ LANDA


Engendro, en esta breve reseña, no debe mal interpretarse en un sentido despectivo sino al contrario, como un halago a la poesía misma, que tiene la facultad de tomar todas las formas y quedarse con ninguna, y al poeta, que engendra pequeños o grandes seres, dignos de la mejor imaginería antigua o contemporánea, monstruos o deidades, héroes o villanos, que terminan por tomar vida en los sentidos del lector.

Así, el poema puede ser una cruza de seres míticos con personajes actuales, mudos o capaces de hablar en el lenguaje del jazz y encantar los oídos de su creador y sus lectores, a la manera de las nereidas que cautivaban y enloquecían a los marinos que, en este caso, suelen ser lectores que se aventuran en el océano de la poesía, y corren el riesgo de perderse, o en caso contrario, encontrarse a sí mismos.

El arte de la pausa, libro de poesía en prosa de Jesús Ramón Ibarra, nos permite recordar apreciaciones acerca de la concepción de la poesía y su música interna. Para el estadounidense Jack Kerouac, el mejor ritmo en el poema no es aquel marcado por los signos de puntuación, sino el que nos da la propia respiración que es esencial en el acto del habla y otorga al discurso literario una sensación de espontaneidad, sensación porque, en el caso de poemas como los de este libro de Ibarra, son efectos del texto poético generados, muy posiblemente, adrede.

Ya una vez entrados en el tema de la respiración, de sus correspondientes pausas, podemos igual pensar en el tiempo como parte del propio poema. Y es que El arte de la pausa contiene, precisamente, ese elemento de tiempo y de respiración al momento de la lectura del poema, de su ejecución.

El poemario que nos ocupa, está construido a partir de referencias musicales, pero sobre todo de imágenes motivadas por una música específica, en este caso el jazz. La inspiración, el numen, el estro, o sus diversas formas de llamarle a ese soplo que genera la creación en cualquiera de sus manifestaciones, es también clave en el arte de pausar, pero también, de pautar, en el transcurso de la lectura de los textos de Ibarra.

Inspiradas más que en el jazz como género, las líneas ibarrianas lo están en ese jazz al estilo de Miles Davis, convertido en personaje poético, a quien se evoca e invoca en repetidas ocasiones. Entonces, Miles, el personaje, se pasea, se pavonea a su antojo, mientras ejecuta su sordina Harmon, emite notas melancólicas, cortas. No obstante, las oraciones de los poemas que componen este Arte de la Pausa no son, necesariamente, cortas, pero contienen sus benéficas dosis de pausas, de cortes, de variaciones en el aliento.

Símbolos persistentes a lo largo de la lectura, son las aves –y por supuesto el vuelo, el aire, la ventisca–, una niña, un trompetista –cuyo nombre conocemos– y la nieve. Símbolos que refieren abstracciones como la libertad, la pureza, el asombro de la infancia que mira como descubriendo las cosas, el movimiento, pero también, nos llevan a referentes concretos y extraliterarios, como la adicción del Miles Davis real, concreto, a la cocaína.

El libro juega con la posibilidad de plantear una poética a través de los poemas mismos, de esas poéticas que comienzan por aplicarse en sí mismas, cuya vigencia pudiera concluir donde comienza. Nos encontramos ante asuntos que involucrarían directamente al texto poético y a la poesía como tema de los poemas. Tenemos, pues, a una poesía que nace. Tenemos a una poesía que se desarrolla. A una poesía, una niña pura, o una mujer que deja de ser intacta, como lo plantea la propia voz poética, al aludir a esa virgen que claudica.

La poesía niña tiene que ver, por supuesto, con ese jazz, con esa poética de la respiración, de la pausa. Cito:

En su delirio la niña pronuncia la palabra jazz, mientras el animal dice la palabra vive, y de su lengua caen las gotas de una manzana quemada.

Su libertad tiene que ver con las aves, con cormoranes ambiguos como la literatura misma, pues el cormorán es de los pocos pájaros marinos que son capaces de permanecer bajo el agua por más de un minuto y descender hasta diez metros; sus alimentos, los peces, se encuentran como el o los sentidos de este Arte de la pausa, muy abajo, muy por dentro del mar, y hasta allá penetran en busca de lo que les mantiene vivos. De tal suerte, leemos conforme avanzan las páginas, asociaciones de símbolos clave dentro del poemario, los cormoranes, la niña, el corazón –tan íntimo como los peces que nadan a diez metros bajo el agua–, el trompetista. Cito:

Una parvada de cormoranes perfila el corazón de la niña. Su cuerpo es una gota de té en cuyo fulgor el trompetista toca Someday my Prince Will Come. Su cintura es un aro de niebla. Su vientre una copa de resina donde el trompetista quema sus alas.

En el cuarto los cormoranes tiemblan frente a la noche del espejo. Su vuelo tiene la forma de una mano encantada en cuyas líneas Miles Davis escribe una melodía distraída; una lengua de sal que abarca los veneros de la fiebre, un halito de jazmín que brilla en los labios. Fin de la cita.

Esa nieve que, por una parte, representa la paradoja a la manera de Quevedo que dice nadar sabe mi llama el agua fría y perder el respeto a ley severa, por la otra bien puede sugerirnos la albura de esa poesía niña, de esa música –considerando su etimología vinculada a la palabra musa– que está naciendo permanentemente, pero a su vez agoniza, víctima de las fiebres que requieren de agua congelada para bajar la temperatura. Sin embargo, queda también la vinculación extraliteraria a ese elemento que marcara a Miles Davis, el referente real de este Miles Davis ficticio: la cocaína, que va y viene como la nieve, en su vida.

Cito: La música de Miles es preludio de la nieve. Sometimiento del hilandero a la tensión que siembra en el rostro su trama.

Más bien la voz de la nieve al apagar los incendios interiores en una estatua.

Miles Davis de regreso a la nieve, vinculado a la brizna que pulsa la rosa del aire. Quemazón de paja en los ventisqueros de la neblina. Un silbo de pie como espada hurgando las entrañas de la piedra.

Los poemas con que cierra el libro, no podían ser ajenos a la intención inicial, al planteamiento del poema como una música, de un ritmo hijo de la respiración, las pausas y las pautas, los zumbidos de avispas que es capaz de producir el ejecutante a través de su Sordina. Así, leemos definiciones, conceptos, semejanzas y divergencias, particularidades entre la palabra pausada y pautada, y la música que evoca. Cito:

Pausa: un pájaro vuela hacia sí. Nota distraída en su ronda:
gota de mercurio en el pecho

Pausas en la música de Miles: derroteros de la ingravidez
invocan los misterios de una nevada

arte de la pausa: soliloquio del resplandor.

Por último, sólo resta señalar que este Arte de la Pausa, de Jesús Ramón Ibarra, poeta de las nuevas generaciones mexicanas, vale más que la pena para editarse y difundirse, con el financiamiento de quienes organizan el merecido Premio Nacional de Poesía San Román 2005 (*).

Enhorabuena, y ojalá que el gobierno municipal que entrará en funciones a partir del mes entrante, no eche por la borda esfuerzos tan importantes como el del ex alcalde Fernando Ortega, hoy senador, a través de su coordinadora de cultura, Iliana Pozos y la directora de Desarrollo Social, Leticia Carrillo. Hago votos porque la cultura nunca más sea considerada mero requisito burocrático de lo políticamente correcto, para que se convierta en parte esencial del desarrollo de un municipio y un país.

(*) Jesús Ramón Ibarra gano, en 2005, el Premio Nacional de Poesía de San Román.


JOSÉ LANDA
FICHA LITERARIA COMPACTA


Escritor y periodista campechano. Desde 1993, ha publicado una docena de libros en Campeche, Ciudad de México, Guadalajara y España, de los cuales seis son individuales, entre los que se cuentan La Confusión de las Avispas, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en 1997 y el más reciente, Mirar desde el Oscuro Laberinto, de Ciudad del Carmen 2006. Entre los colectivos se encuentra Proemio Seis, publicado en Granada, España, este 2006. Ha obtenido 15 reconocimientos, entre ellos el Premio de Poesía José Gorostiza, de Tabasco, 1994, y la beca de creación literaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. En 2004 ganó el Premio Nacional de Poesía de los Juegos Florales de San Román.

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